De la profanación como oficio del interpretador
Los amantes del sistema detestan el eclecticismo, lo consideran debilidad del pensamiento, superficialidad, invalidez del pensar para dar cuenta de su asunto. Desprecio obvio en Hegel, esta fobia, tan cristiana, por los eklektos (persona, pueblo o casa elegida, en griego).
En el contexto griego, la elección es respecto de lo mejor, es aristocrática y por lo general va acompañada con una tarea para el bienestar de la polis. En el Nuevo Testamento, la elección es de Dios y por los pobres, los excluidos, los que sufren: “¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman?” (Stg. 2.5). El eclecticismo es una filosofía romana que nace del espíritu práctico y conquistador de ese pueblo terrible que jamás desarrolló un sistema de pensamiento propio sino que lo arrebató de la Grecia decadente y soñó transferirlo, gloriosamente, a su ciudad; su mayor expositor fue Cicerón. Cicerón es el pensador de la relación conflictiva entre lo útil y lo honesto; tensión que se resuelve con el concepto de officium. ¿Qué es un oficio?
El oficio es la dignidad del hombre. Lo contrario, el uso sumido al interés individual, es la malicia: el oficio es el destino de la patria. Lo honesto es aquí aquello que es pasible de ser alabado por sí mismo, desposeído del uso, sin premio o interés de cualquier especie: es una obligación o tarea (officium) en la cual lo que conviene hacer es honesto y lo que es honesto: conviene hacerlo. El oficio, así concebido, suscita en su práctica la aprobación de aquellos con los cuales se vive, por el orden, coherencia, prudencia de las palabras y actos. Dicho de otro modo: el ecléctico no tiene otro sistema que su propia vida; no tiene otra teoría que su propia práctica: no tiene otra pertenencia que el uso honesto y público de todo aquello que ha aprehendido: el ecléctico es el pensador libre, incluso, de su pensamiento:
“Entre nosotros y aquellos que creen saber, no hay más diferencias sino que ellos no dudan de la verdad de las concepciones que sostienen, nosotros en cambio, creemos probables muchas concepciones que podemos seguir con facilidad pero afirmar únicamente con gran dificultad; por eso, pues, somos más libres y ágiles, conservando plena facultad para juzgar, ni nos hallamos constreñidos por ninguna necesidad a sostener todas las concepciones prescritas y de cierta manera ordenadas. Porque los otros, ante todo, antes de poder juzgar que es lo mejor, se encuentran ya coaccionados; luego, más aún por la mayor debilidad de la edad, o bien influidos por algún amigo, o inspirados por un discurso que han escuchado en primer lugar, juzgan sobre aquello que ignoran y, como arrastrados por la tormenta, se aferran como a un escollo al primer sistema hallado en su camino.” [Cicerón; Académicos; II]
Se trata de un ejercicio de la libertad en el uso. El origen del valor de uso es la sustracción inédita, inaudita, disruptiva del objeto respecto del orden de la objetividad. Al sacarlo, profanarlo, de su constitución como objeto no aparece, ciertamente, en su ser “desnudo” sino que nos contemplamos, subjetivamente, por un instante, como plenos creadores. El valor de uso, en este sentido, piensa la producción como el punto de partida absoluto para el orden de lo existente; quimera del Dios. No obstante, quizás, lo nuevo no sea una forma de la pureza, sino un modo de la herejía honesta, de la profanación fundamentada.
¿Qué es lo nuevo en Spinoza? Que atraviesa todo el sistema cartesiano bajo un concepto que no está en Descartes, la inmanencia. Llena de Dios el sistema racionalista, lo emborracha de divinidad. Spinoza es efectivamente la novedad del racionalismo y es quien lo lleva a su extremo último de forma tal de dejar arado el terreno para el idealismo absoluto, esto es, que el punto de partida del pensar no sea el conocimiento tal cual existe en las ciencias de la época (como en Kant) sino lo absoluto. ¿Esta novedad que trae Spinoza es inmanente a Descartes? La novedad es exterior y se mastica el sistema, intrínsecamente, como la influencia del jazz, según el dictado de Piazzolla, para la producción del tango como temperamento. A eso lo llamaremos: violencia del concepto. La crítica, por ejemplo, que Marx trae a la economía política es exterior a la economía política clásica. Es crítica teológica. Marx hace crítica teológica cuando habla del dinero y economía política cuando habla de religión: la teoría del valor ha quedado reformulada, completamente. La diferencia no es deudora de la crítica sino de la intuición del mundo. ¿Acaso el destino de cualquier sistema del pensamiento no es sino su propia implosión? ¿No es ésta implosión, en definitiva, el modo mediante el cual el pensar accede a su madurez?
El pensamiento que mira el porvenir rechaza la pureza del pensar: es un bastardo que no deja de mentir sobre el origen. La filosofía vive de la incorporación de lo exterior a ella misma vuelto asunto filosófico: sin jesuitas no hubiera existido Descartes, filosofía moderna, y así sucesivamente. Es porque hace mezclas, cruces inesperados, que la filosofía vive y se nutre de futuro. En lo que tiene de vital: la filosofía es siempre mestiza.
En esta Revista, proponemos el ejercicio de la escritura como libertad para mirar hacia delante y expiar algunos espectros con voluntad hermenéutica, pasión e invitación a la amistad que solo la lectura del otro puede profundizar; carece de verticalidad, no publica aquello que es afín a los editores, invita a todos ustedes a la objetivación de ideas, visiones y perspectivas.